viernes, 8 de mayo de 2015

4a Conferencia. Los actos fallidos (conclusión)



Freud, S. (2012; 1916[1925]). 4a Conferencia. Los actos fallidos (conclusión). En S. Freud, Obras completas. Conferencias de introducción al psicoanálisis ( partes I y II) Vol. 15 (págs. 53-71). Buenos Aires: Amorrortu.

 Puedo darme cuenta de lo que los asusta. Mi interpretación incluye el supuesto de que en el hablante puede exteriorizarse intenciones de las que él mismo nada sabe, pero que yo puedo discernir por indicios.









Que las operaciones fallidas tienen un sentido es algo que, como resultado de nuestros anteriores empeños, tenemos derecho a admitir y a tomar como base de nuestras indagaciones ulteriores.

En el trastrabarse, en el desliz en la escritura, etc., pueden darse casos de base puramente fisiológica.

El fenómeno posee un sentido. Por “sentido” entendemos significado, propósito, tendencia y ubicación dentro de una serie de nexos psíquicos.

Existen una cantidad de otros fenómenos. [ACCIONES CAUSALES] [ACCIONES SINTÓMATICAS].Se distinguen de las acciones fallidas porque no hay otra intención con la que choquen y que sea perturbada por ellos. 

Afirmo que todos estos fenómenos poseen sentido y son interpretables de la misma manera que las acciones fallidas; son pequeños indicios de otros procesos psíquicos, son actos psíquicos de pleno derecho. 

Hemos dicho que son resultado de la interferencia de dos intenciones diversas, de las que una puede llamarse perturbada, y la otra perturbadora.

La inteanción perturbadora en el trastrabarse puede mantener su vínculo de contenido con la perturbada, y entonces incluye su contradicción a ella, su rectificación o su complemento. O bien, y es el caso más oscuro y el más interesante, la intención perturbadora nafa tiene que ver en su contenido con la perturbada.

En todos estos casos, pues, el trastrabarse proviene del contenido de la intención perturbada misma o se anuda a ella. 

El otro modo de vínculo entre las dos intenciones que se interfieren opera de manera sorprendente. Si la intención perturbadora nada tiene que ver  on el contenido de la perturbada, ¿de dónde viene entonces y a qué se debe que se haga notable como perturbación precisamente en ese punto?

Pero no está dado en el contenido sino artificiosamente, y amendo se establece por vías de conexión muy forzadas.

Tres grupos
1)     Los casos en que la tendencia perturbadora le es notoria al hablante , y además la notó antes de trastrabarse.
2)     Lo constituyen otros casos en que la tendencia perturbadora es de igual modo reconocida por el hablante como suya, pero no sabe que estuvo activa en él justamente antes del desliz.
3)     El hablante desautoriza enérgicamente la interpretación de la intención perturbadora; no sólo impugna que se hubiera despertado en él antes del trastrabarse, sino que pretende aseverar que le es absolutamente extraña.


Puedo darme cuenta de lo que los asusta. Mi interpretación incluye el supuesto de que en el hablante puede exteriorizarse intenciones de las que él mismo nada sabe, pero que yo puedo discernir por indicios. Tendrán que decidirse por adoptar ese extraño supuesto que hemos mencionado. 

El hablante se ha decidido a no trasponerla en un dicho, y entonces le ocurre el desliz vale decir, la tendencia refrenada se traspone contra su voluntad en una exteriorización, ya sea alterando la expresión de la intención que él había admitido, entreverándose con ella o bien directamente sustituyéndola. En esto consiste, pues , el mecanismo de trastrabarse.
Me basta suponer que estos tres grupos se diferencian or el alcance mayor o menor en que fue refrenada la intención.

La sofocación (Unterdrückung) del propósito ya presente de decir algo es la condición indispensable para que se produzca un desliz en el habla.

Ella misma tiene que haber sido perturbada antes que pueda devenir perturbadora.

Pero las operaciones fallidas son resultado de compromisos, conllevan un éxito a medias y un fracaso a medias respecto de cada uno de los propósitos; la intención amenaza no se sofoca del todo ni (prescindiendo de casos singulares) se impone incólume. 

¡Y algo más todavía! También el trabajar con pequeños indicios, tal como de continuo lo hacemos en este ámbito, conlleva sus peligros. Existe una enfermedad mental, la paranoia combinatoria, en la cual el aprovechamiento de estos pequeños indicios se practica sin restricción alguna, y desde luego no he de sostener que las conclusiones edificadas sobre esa base son invariablemente correctas. De tales peligros sólo pueden precavernos la extensa base de nuestras observaciones, la repetición de impresiones semejantes tomadas de los más diversos ámbitos de la vida anímica.

No queremos meramente describir y clasificar los fenómenos, sino concebirlos como indicios de un juego de fuerzas que ocurre dentro del alma, como exteriorización de tendencias que aspiran a alcanzar una meta y que trabajan conjugadas o enfrentadas. Nos esforzamos por alcanzar una concepción dinámica de los fenómenos anímicos. Para el psicoanálisis, los fenómenos percibidos tienen que ceder el paso a tendencias sólo supuestas.







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